Degradación de la Memoria Histórica: Política, Económica y Comunicacional

Desde la política
Vivimos tiempos donde el corto plazo ha colonizado la vida cotidiana. La velocidad, la sobrecarga de decisiones y la ansiedad por lo inmediato han convertido la votación democrática en un trámite más, desprovisto de su profundidad histórica.
El problema es que cuando la ciudadanía deja de ver la democracia como una virtud histórica y comienza a entenderla como un sistema más (intercambiable, prescindible o aburrido), se abren grietas peligrosas. En este vacío, resurgen con fuerza proyectos extremos, tanto de izquierda como de derecha, que evocan dictaduras del proletariado, supremacismos identitarios, populismos viscerales o utopías verticales.
El olvido de sus consecuencias permite que estas ideas reaparezcan con maquillaje nuevo, pero con el mismo ADN autoritario de antaño. Los partidos políticos, que debieran ser custodios de esta memoria, han sido arrastrados por la lógica de la inmediatez. Ceden convicciones por likes, se fragmentan en causas sin coherencia y se escudan en la independencia como un antifaz perfecto.
Con ello, se erosiona la capacidad de sostener políticas de Estado, y se diluye la conducción estratégica de un país. La institucionalidad democrática, entonces, se vuelve la última línea de defensa: no solo como mecanismo de resolución pacífica de conflictos, sino como garantía de pluralismo, contención social y justicia. Pero incluso esta institucionalidad puede desdibujarse si no se sostiene en una memoria histórica activa.
Desde la Economía
La concentración del poder económico no es solo un problema ético o distributivo; es también un atentado a la cohesión social. Hoy, más que nunca, la desigualdad se ve.
El pobre no solo sabe que es pobre, sino que ve, en tiempo real, la ostentación del privilegio ajeno.
Antes se intuía; ahora se constata. En este contexto, la degradación de la memoria también permite que actores económicos con visión de corto plazo se desentiendan de su responsabilidad en el fortalecimiento de la democracia. Algunos incluso tienen incentivos claros para debilitarla: institucionalidades más frágiles son más fáciles de capturar o desviar.
Y aunque existen élites comprometidas con una visión de largo plazo, lo cierto es que la lógica del balance trimestral suele ganar. Lo vimos en Chile el 73, lo vemos en Argentina hoy, y lo hemos visto en guerras y conflictos donde el factor económico ha sido decisivo para inclinar balanzas.
Desde las Comunicaciones
Los medios de comunicación, antes grandes curadores de sentido común, están hoy atomizados, financieramente debilitados y sometidos a la economía de la atención.
Ya no moldean una opinión pública, sino que compiten en un océano de opiniones publicadas. La desinformación se normaliza, y la verdad se relativiza.
El problema se agrava cuando lo complejo se simplifica hasta la caricatura. Memes, frases virales, slogans: todos apelan a emociones o identidades culturales que muchas veces nada tienen que ver con el tema que se discute.
El resultado es una ciudadanía hiperstimulada, pero políticamente desorientada, que termina votando desde impulsos más primitivos que reflexivos. La educación, entonces, aparece como el único contrapeso real. Pero hoy ha sido delegada (no casualmente) a plataformas sin vocación pedagógica.
Las redes sociales no educan; parametrizan. No forman ciudadanía; moldean consumidores.
La pérdida de autoridad educativa por parte de la escuela y la familia es parte del mismo fenómeno de degradación.
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